EL PUEBLO
Denominación: Huerta del Marquesado.
Categoría administrativa: Municipio (provincia de Cuenca, Comunidad de Castilla - La Mancha, España).
Población de derecho: 177 habitantes (2023). 80 mujeres y 97 varones.
Gentilicio: Huertero/a
Altitud del núcleo de población: 1.257 metros s.n.m.
Coordenadas: 40º 09' 47'' N / 1º 41' 07'' O - (UTM 061200 - 444490). Mapas 588 y 611 I.G.N.
Extensión del término municipal: 38,69 kilómetros cuadrados.
Densidad de población: 4,57 habitantes por km2.
Máxima cota del término municipal: 1.841 metros (cumbre sur de Collado Bajo)
Mínima cota del término municipal: 1.183 metros (cauce del río Laguna en el límite con el término de Campillos -Sierra).
Desnivel total del término municipal: 658 metros.
Altitud media del término municipal: 1.460 metros aprox.
Principales cursos de agua: Río Laguna (afluente del Cabriel, y éste del Júcar). Todo el término pertenece a la Cuenca Mediterránea, aunque a muy poca distancia de la divisoria atlántica (Nacimiento del Tajo a 19 kilómetros). En un radio corto nacen también Júcar, Guadalaviar-Turia, Cabriel, Cuervo y Guadiela, entre otros.
Clima:
Mediterráneo muy degradado por continentalidad y altura. En las cumbres de la sierra de Valdemeca, clima de alta montaña. Inviernos muy fríos y prolongados. Veranos cortos, con temperaturas agradables. Periodos de transición (primavera - otoño) acortados. Las primeras heladas suelen producirse en los meses de octubre-noviembre y se prolongan hasta abril - mayo. Innivación prolongada y frecuente en invierno. Las cumbres de la Sierra de Valdemeca suelen mantener la nieve buena parte de los meses invernales.
Temperatura:
Precipitaciones: En torno a los 890 mm / año para la población y vega del río Laguna (1.200 a 1.300 metros de altura). En las cumbres de la Sierra de Valdemeca y en la ladera oriental, las precipitaciones anuales superan los 1.000 mm / año (1.120 mm / año para la cumbre de Collado Bajo). Las estaciones más lluviosas son el otoño y la primavera. Inviernos poco lluviosos. Baja aridez estival.
Usos del suelo:
Actividades económicas:
Datos catastrales:
Huerta del Marquesado, como tantos otros pueblos de alta montaña, es un ejemplo casi perfecto de adaptación al medio circundante.
La estructura urbana ha permanecido invariable durante siglos, con excepción de algunos exiguos replanteos. El número constante de vecinos durante toda su historia ha supuesto que la población haya mantenido su extensión y plan original. Sólo en los últimos años, con el cambio de patrones de vida, el pueblo ha iniciado una pequeña expansión más allá de sus límites tradicionales. La población se enclava en la suave ladera sobre la vega y huertas del Laguna.
Como en tantos otros casos de localidades serranas, se evitó construir sobre la cubeta aluvial para salvaguardar las feraces tierras de cultivo.
El núcleo de población es apiñado, muy compacto y con funcionalidades perfectamente definidas. Las calles tienden a ser estrechas e irregulares de trazado. Casi todas se orientan en dirección este-oeste para frenar el paso de los vientos del norte y, en el caso de Huerta, por el sentido de los desniveles de la ladera. Por el contrario, las que discurren en sentido norte-sur son escasas, más angostas y con frecuentes giros y quiebros que actúan como cortavientos. En muy pocas ocasiones tienen continuidad más allá de una manzana de casas.
Son muy frecuentes las callejas sin salida, con funciones prácticas y de confraternización social otorgadas por la cultura tradicional. Estas vías ciegas siempre se abren hacia el sur.
El Ayuntamiento
El ayuntamiento es un edificio sencillo de líneas, construido para tal función cuando Huerta recibió la municipalidad y hubo de encontrar asiento para las nuevas funciones. Se intentó buscar la mayor proximidad a la Plaza, aunque la parroquia, que lógicamente ya existía, acabó interpuesta.
Plaza de la Iglesia
El pueblo gira en torno a la Plaza de la Iglesia, mayor de la localidad, no muy espaciosa pero de sabor popular. A su alrededor se disponen en aparente desconcierto los edificios de uso social: la parroquia, el ayuntamiento, el horno, el lavadero. Como en otras localidades serranas, la plaza en Huerta es excéntrica, en un extremo de la población, en el invierno protegida por todo el caserío del viento de la Sierra y abierta al frescor de la vega en verano. Por supuesto, un elemento que no puede faltar en una localidad repleta de agua es la fuente.
La Iglesia Parroquial
La parroquia, dedicada a Santa María Magdalena, patrona de la localidad, es el monumento más destacado de Huerta. Edificada en el siglo XVIII sobre un edificio anterior del que apenas hay noticias, responde al tipo barroco rural tan frecuente en toda la diócesis de Cuenca y en comarca serrana. Durante la Guerra Civil sufrió grandes daños, y hubo de ser muy reparada.
De una nave cubierta con bóveda de cañón con lunetos, es un edificio sobrio y sencillo. A diferencia de otras iglesias de la zona, la de Huerta recibió engobe y encalado exterior y le fue añadida una torre, de rancio sabor popular, merced a los esfuerzos del vecindario. Ambos rasgos le confieren un perfil un tanto atípico entre las parroquias comarcanas.
Las campanas cumplen todavía una gran función, pues se siguen utilizando como medio de comunicación. Por supuesto marcan las horas, pero además si son dobladas se toca a muerto, pues se comunica el fallecimiento de algún vecino. Sin embargo, si se las echa al vuelo alertan a los paisanos que se ha producido un incendio. En época de festividad, lejos de tragedias, con su toque alegre participan del entusiasmo de los vecinos.
El Horno
El horno es otro de los nexos del pueblo. Rehecho en los primeros años del siglo XX y provisto todavía de la maquinaria de época alimentada por gruesa leña, rememora los tiempos en que disponer de una infraestructura de este tipo era motivo de pequeño orgullo local y necesidad casi ineludible en pueblos de montaña, autárquicos muy a su pesar.
Hoy en día, el pan y los dulces de la Panadería "El Solanillo" son muy populares en la comarca, por no hablar de los turistas que caen por Huerta y no se van sin sus tortas de aceite.
Todavía en pleno funcionamiento, cumple holgadamente las necesidades de la población, día tras día, durante décadas.
El Lavadero
Muchas más funciones de las que su nombre indica tenía el lavadero, que aprovecha el caz del viejo molino instalado bajo él. El de Huerta es una estructura con un encanto especial, donde el rumor del agua y la vegetación crean un ambiente muy especial, como de tiempos idos. Todavía hoy algunas vecinas bajan a "lavar algo", aun cuando en casa dispongan de todos los artilugios necesarios, por aquello del comadreo y la cháchara. Además, después de una completa rehabilitación, acoge una interesante muestra como parte del Museo del Agua Clara.
El Molino del Batán
Las aguas del río Laguna, como el de todos los ríos de la Serranía de Cuenca, han sido exhaustivamente utilizadas desde la Edad Media para mover todo tipo de ingenios hidráulicos, desde molinos harineros hasta martinetes de herrerías. Huerta del Marquesado tuvo de lo uno y de lo otro, además de un molino pañero, el Molino del Batán.
Un batán (del árabe hispánico que significa “golpear”) es una máquina accionada por fuerza hidráulica, dotada de dos o más mazos de madera de gran tamaño encargados de golpear rítmicamente telas y tejidos recién urdidos. La finalidad es trabar y apelmazar las tramas del tejido para dotar a la tela de mejor textura, resistencia y calidad. Antes de la invención de los batanes, o molinos pañeros, el bataneado o enfurtido se realizaba a mano, con grandes mazos manejados por operarios que golpeaban el tejido sumergido en agua durante horas y horas. Ésta era sin duda la tarea más dura e ingrata de todo el proceso textil, con lo que se maquinizó pronto.
Huerta del Marquesado tuvo desde el siglo XVI una notable actividad textil en torno a la lana y al cáñamo, de ahí que la presencia de un batán sea casi obligada. La instalación ya se menciona en el siglo XVII, aunque su presencia puede ser anterior. El Catastro de Ensenada, en el siglo XVIII, hace de él una somera descripción: “Batán sito en la Rivera de la Vega distante de este pueblo, seiscientos pasos, el cual tiene un harte con dos mazos para paños y cordellates de la tierra, el que pertenece a Joseph López vecino de este lugar el que lo administra por si”.
El Molino del Batán de Huerta disponía además de una piedra de pan moler, con lo que era pañero y harinero a la vez. Como batán funcionó hasta los primeros años de la década de 1950. Su último batanero de oficio fue Lorenzo Arnau López. Todavía después lo haría funcionar algunos años Anastasio López Gregorio, cada vez de forma más esporádica y limitado a sus funciones como molino harinero, que se prolongaron hasta los primeros años 70. Luego, el abandono el edificio hizo que llegase a estar en la ruina más absoluta. El Ayuntamiento de Huerta del Marquesado ha acometido una cuidadosa restauración que lo ha devuelto a su estado original, siendo en la actualidad uno de los pocos molinos pañeros que quedan en funcionamiento en todo el territorio nacional, con lo bien merece una visita que es a la vez arqueología industrial y un precioso ejemplo de la vida y los afanes de nuestros mayores.
El Molino está situado a unos 700 metros río abajo del pueblo. El acceso está señalizado en el núcleo urbano. Puede llegar hasta el mismo molino con vehículo de turismo por una pista en perfecto estado. Para autobuses es necesario aparcar en la población y hacer a pie el recorrido (unos 5 minutos).
el Molino cuenta con diferentes paneles explicativos tanto al exterior como al interior. También es uno de los lugares elegidos para la ubicación de las esculturas del Paisaje Ilustrado, del escultor Luis Zafrilla.
Para concertar visitas, contactar:
Ayuntamiento de Huerta
cl. Horno, 2. 16316 Huerta del Marquesado.
Tel: 969 354001. Fax: 969 354900
secretaria@huertadelmarquesado.org
Y los rincones…
Pero si en algo radica el encanto de Huerta del Marquesado, ello son los recovecos de sus calles; sus olores, profundos y viejos; su arquitectura de piedra y madera, con casas a veces desportilladas, batidas por los temporales y el durísimo clima, al lado de otras -cada vez más- que los últimos años se renuevan según gustos antiguos. Las parras y hiedras encaramadas a los encalados, los animales de la casa en los corrales (a veces a su aire por la misma calle), las añosas puertas abiertas de par en par o para siempre ya cerradas y el runrún del trasiego humano a cada vuelta de esquina.
Dicen, y es un viejo tópico, que todas comarcas y pueblos de montaña del ancho mundo crían gentes recias, reservadas, curtidas por las duras condiciones de vida y el clima extremado. Gentes calladas, de mirada como apagada y semblante poco propenso a dejar traslucir emociones.
La sorpresa para el viajero llega enseguida, apenas cuando entabla conversación y descubre a los verdaderos hombres y mujeres debajo de esa máscara, esa cáscara estudiada de aparente severidad, y se asombra al comprobar la calidez con la que se le recibe, la vieja hospitalidad, la profundidad de los lazos sociales de amistad y vecindad, la vivacidad de la conversación, de los gestos, de las miradas que de pronto se han vuelto transparentes, vivarachas, incluso con un cierto deje pícaro.
Lo que se cumple menos, incluso en menor medida que en otros pueblos de la propia Sierra de Cuenca, es el carácter reservado. Las gentes de Huerta, requetebién montañesas, resultan sorprendentemente propensas a exteriorizar sus emociones. Se las topa uno riendo o discutiendo por los rincones, de animada conversación por la calle adelante (sin importarles que les oiga medio vecindario: de todas maneras seguro que ya saben de lo que se habla), componiendo chismes con su afiladísimo sentido irónico, vanagloriándose de heroicos jolgorios de fiestas - pasados o futuros – o jurando en arameo por un quítame esas pajas, que de todo abunda en los campos del Señor.
Tal es el tópico, y como todas las prefiguraciones, en Huerta se cumple y no. Se cumple puesto que la calidez y el desparpajo de los vecinos son más que evidentes para cualquier forastero que se deje caer por el lugar. En cuanto a hospitalidad y eso de "apegarse" al visitante, el pueblo, todavía fuera de las masificaciones estivales y los circuitos de gran turismo, no deja - honestamente - de estar bastante bien servido, y un paseante foráneo por las calles de la localidad no deja aún de levantar curiosidad a su paso y corrillos a sus espaldas: "¡Estas gentes de ciudad, que no dicen ya ni las buenas tardes!", etcétera, etcétera. "Eso es la globalización, abuela", le contesta un rapaz de diez años abajo, intentando sostenerse en la bicicleta, y que algo ha debido ya entender de tales asuntos.
Y es que las gentes de Huerta tocan la tierra con sus pies, una tierra muy vieja que les lleva sosteniendo desde hace siglos y siglos, y que cambia poco, como poco han cambiado ellos. Y acaso resulten tan alegres porque han visto bien de cerca el gran fantasma del mundo rural, el horror del foso de la emigración y el abandono, y porque el peligro parece que ha pasado. Y porque hay niños por todo el pueblo otra vez. Y porque su comunidad tiene los cimientos tan firmes como esas peñas rodenas de la Sierra de Valdemeca, tan altas que cortan las celliscas y los temporales y atrapan las nubes y estrellan los aviones, y que sin embargo, relucen al sol de la mañana en rojo, verde y azul.